martes, marzo 20, 2007

Canción breve para el amor peregrino

“Hoy viene a ser como la cuarta vez que espero, desde que se que no vendrás mas nunca”, nunca tubo Silvio más razón que ahora. A veces no basta con haber olvidado; tiene uno que automedicarse con la morfina del alma, para tratar de lograr esa indiferencia que permite no volver a escuchar esa voz aún cuando uno sabe que no es suya, ese estado zombico que bloquea las veces en que escuchas sus pasos, sin que ni siquiera este cerca.

Y es que en medio de tapones, huelgas, metros fallidos, profesores que presionan, días en que uno no le puede topar a una pelota ni que te la tiren de “mamita”, tamboras que se rompen, políticos malditos y corruptos, apagones insoportables, chistes malos, Discusiones de Franklin Almeida, pleitos entre Leonel y Danilo, exámenes de física, cortes de pelo que salen mal, golpes en la nariz, vecinos escandalosos, sindicalistas presos, gente pidiendo en la calle; en fin habiendo tantas cosas en que pensar, de cuando en vez esas ilusiones perdidas, esos sueños rotos, esas musas lejanas, encuentran la manera de que uno las vea reflejadas (A veces hasta sin una fría de por medio) en la brisa que sopla de repente, o en la lluvia que cae sin que el cielo al menos se nuble.

Escapar no es una alternativa viable. Habiéndolo intentado todo se cansa uno de intentar y como siempre termina por ceder, termina uno por aceptar la intromisión de esos recuerdos en la rutina, finalmente dejamos que nos hagan el día diferente, que nos endulcen un rato para matar momentáneamente las amarguras, al final, lo que fue y hoy no es; no deja de ser, porque ya no sea, cada vez que uno lo recuerda vuelve a estar y vuelve a ser; y esta vez más fuerte, porque ahora de donde habita nadie por más que quiera lo sacará jamás.

Gracias a Dios que puede uno recordar, y salirse del circulo vicioso de esta sociedad sin norte, que no sabe de donde viene y no tiene idea de donde va, gracias a los amores peregrinos que obligan a uno a detenerse a pensar que la vida tiene sentido, gracias a las ilusiones y a esos besos de mujer que nos dan la excusa perfecta para dejar de teorizar y filosofar por un momento, para decirle al cantinero: “Ponme un trago más que comoquiera estamos jodidos”.