lunes, agosto 20, 2007

Pueblo Blanco

Luego de dar 200 y pico de kilómetros de rueda y de chequear los cambios de Leonel, los estragos del huracán Dean, lo último del Delfín del caribe que lleva por nombre Marcos Díaz, la encuesta Gallup, en fin luego de ponerme en contacto con el mundo de nueva cuenta, no logro sacarme de la cabeza lo que acabo de presenciar en mi larga travesía recién concluida; no es que me largue por tres días a Namibia en una misión de la ONU, ni cogí un barco para fallujah a emburujarme con Chiítas; mucho menos estaba vendiendo maní en Chechenia. Ojala y fuera eso. Mis peripecias transcurrieron dentro de los límites del “Nueva York chiquito”, de la “Suiza de América”, del paraíso de la inversión extranjera en el caribe.

Con motivo de la boda de un hermano (Felicidades Hecfredes), me dirigí al pueblo natal de mi padre y por primera vez desde que hago esos viajes he sido capaz de darme cuenta en toda la extensión de la palabra que significa la expresión “desigualdad social”, y es que al bajarme de mi encumbrada posición de burgués me pude al fin convencer de lo desubicados que estamos como nación y de lo poco que sabemos de nosotros mismos. El nombre Bánica posiblemente no le dice nada a gran parte de nuestra república sumergida en la vorágine de una modernidad ficticia; la sola sugerencia de que existe en nuestro país un lugar sin teléfono, sin agua corriente, con casi nula luz eléctrica, sin capacidad de sentir los efectos del TLC, ni la disminución de la brecha digital, sin una carretera al menos viable para su acceso y con una pobreza proverbial de matices incalculables, podría parecer irreal en una nación con el mejor crecimiento sostenido en América en los últimos 30 años.

La existencia de muchos Bánicas más no es más que el resultado del ejercicio ineficiente de una partidocracia inútil, que solo sirve para legitimar la opresión de la oligarquía sobre gente que no puede mirar más allá de lo que su vista le permite observar, nuestro podrido sistema necesita muchos pueblos como este hundidos en la ignorancia y la pobreza para seguir cada 2 años vendiéndole ilusiones en nuestros mataderos electorales, enseñándoles esa cultura menesterosa de mendigar lo que se les regala en vez de exigir lo que les pertenece.

Ir a Bánica y los otros pueblos de mi patria que viven en sus condiciones (quien sabe si peor) es como toparse de frente con la parca caminando por la calle en pleno mediodía, es palpar la muerte en el aire, es sentir la desolación tan viva que hasta corta el aire y la infértil tierra. Hablar con Tito “El gavilán”, escucharlo contar anécdotas sobre cuando el era el mejor pelotero de todo el sur y luego ver la casa donde malvive sin electrodomésticos, sin muebles, sin baño, sin piso… es ver como nuestra deuda social crece día a día, es devastador ver héroes de antaño en cualquier ámbito llegar a viejos y no tener derecho a nada. Toparse con Vego y oír como habla de su hija enferma de Tifo (enfermedad erradicada hace mucho tiempo en muchísimos países) la cual fue enviada a su casa a “morirse en paz” significa pensar que nuestro sistema de salud no vale un centavo y que los pobres de mi patria tienen prohibido enfermarse porque eso es casi una sentencia de muerte.

“Vego” y el “Gavilán” no son personajes de ficción son dos de esos tres millones de dominicanos que viven con menos de un dólar, son dramáticos ejemplos de la cotidianidad de aquella gente que no ha tenido el chance de vivir las bondades del capitalismo salvaje; es gente que no se puede dar el lujo ni siquiera de soñar como Luther King, es gente condenada a morir como su padres y a darle esa misma vida a sus hijos.

En el camino de regreso a casa Gómez puso a Serrat un rato para disipar, y lo que salía del CD era casí un retrato de lo que habíamos visto en estos dos días, y al final una frase lapidaria de tantas en aquella canción que da titulo al escrito, cerraba de manera casi definitiva nuestra sentencia como patria: “Escapad gente tierna, que esta tierra esta enferma… Y no esperes mañana lo que no te dio ayer.” Nunca como hoy quisiera ser de piedra para no sucumbir ante tanta indolencia.